SU TRICICLO, UNA BOCINA Y UNA ENORME PASIÓN; ASÍ LLEVÓ SERENATA POR EL DIA MADRES
Alejandro Daniel García Ferrel

Apenas el reloj marcólas doce, las primeras notas de “Mi primer amor” de Pesado rompieron el silencio de la madrugada.
No venían de un conjunto norteño, ni de un mariachi en la esquina. Provenían de una bocina amarrada con a un triciclo, pedaleado con esfuerzo, pero sobre todo con corazón.
No se quien seas, pero se veía un hombre sencillo del barrio, de La Benito Juárez, que decidió que este Día de las Madres no necesitaba más que su viejo triciclo, su bocina y la música de Pesado para llenar las calles de amor.
Calle por calle, su peculiar serenata fue despertando sonrisas y lágrimas, donde decidió instalar.
Desde las ventanas primero, asomaban la cabeza, después salieron aún en bata, cubiertas con cobijas, sorprendidas por el gesto.
Un par de mujer salieron al porche y agradecieron el gesto; simplemente colocaron la mano en el corazón mientras las melodías norteñas les arrancaban suspiros.
No hubo luces de escenario ni aplausos masivos, pero cada nota que brotaba de esa bocina -que más de uno creía ya inservible-, llenó de emoción una noche que parecía común.
Porque a veces, no hacen falta grandes cosas: basta un triciclo, una bocina y un corazón dispuesto para demostrar que el amor de un hijo hacia su madre siempre encontrará su camino.
Así, en las prumeras horas del 10 de mayo, entre acordes norteños, se escuchaban por algunas calles, otras serenatas, donde las calles del barrio se convirtieron en un pequeño escenario donde la música y el amor materno bailaron juntos, gracias a un hombre que no quiso dejar pasar la fecha sin decir: “Gracias, mamá”.
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